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Galileo Galilei

Galileo Galilei (1564—1642), este gran científico italiano es reconocido con razón como el primer hombre de ciencia moderno. Motivado por la lectura de Arquímedes, Galileo dejó sus estudios de medicina en la Universidad de Pisa y se dedicó a las matemáticas. En 1581 descubrió el principio del péndulo y cinco años más tarde se interesó en la dinámica; según la leyenda, lanzó algunos cuerpos de diferente peso desde lo alto de la Torre Inclinada de Pisa para establecer la ley que regía la caída libre de los cuerpos. Estos primeros experimentos demostraron la falsedad de las hipótesis aristotélicas sobre el movimiento, pero el mundo académico del Renacimiento se opuso al destronamiento de Aristóteles. Galileo también estudió la resistencia de los materiales y escribió sobre la balanza y otros temas de la mecánica.

Sus revolucionarios trabajos en dinámica le ganaron la antipatía de los círculos escolásticos de Pisa, por lo que emigró a la Universidad de Padua, que pertenecía a la República de Venecia (1592). Allí sostuvo una larga correspondencia con Johann Kepler y en 1597 reconoció que había leído a Copérnico y que creía firmemente en la veracidad de su teoría. Como astrónomo, Galileo fue tan notable como lo fue en la dinámica terrestre. En 1604 observó una supernova, cuya aparición en el cielo contradecía la creencia antigua y medieval de la incorruptibilidad de los cielos. En 1609, premunido de un telescopio fabricado por él mismo, observó por vez primera las rugosidades de la superficie de la Luna y los satélites de Júpiter, hechos ambos que contradecían la tradición aristotélica. Fruto de estas observaciones es su obra El Mensajero de los Astros (1609). Galileo regresó a Florencia en 1610. Un año después, se comprometió en un programa de defensa del copernicanismo, pero los escolásticos, que se oponían a la tesis de una Tierra en movimiento, persuadieron al Papa Pío V a que declarara herética la teoría heliostática, y Galileo, ferviente católico, fue conminado a silenciar sus opiniones (1616). Sin embargo, Galileo publicó sus ideas en Diálogo sobre los Dos Principales Sistemas del Mundo (1632), por lo que fue forzado por la Inquisición a negar la teoría de Copernico. (1633). No obstante, ya retirado, confirmó su adhesión al copernicanismo en un nuevo libro: Discursos y Demostraciones en Torno a Dos Nuevas Ciencias (1638). Galileo murió en Arcetri en 1642, el año de nacimiento de Isaac Newton.

Si Galileo hubiese sido tan sólo un astrónomo, o un físico dedicado a la mecánica, nunca hubiera tenido conflictos con sus contemporáneos y con la Iglesia romana. Si los llegó a tener fue porque él era un hombre de su tiempo, un verdadero humanista; por tanto, pensaba que lo que debía prevalecer era la verdad, y más aún una verdad comprobada en forma científica. Para él, ferviente católico, la verdad era una sola y por ello no podía haber conflictos entre la Iglesia católica y la ciencia. En su obra Il Saggiatore escribió: “El Libro de la Naturaleza está escrito en caracteres matemáticos”. Podría afirmarse, en consecuencia, que el Creador había dejado una clave para entender Su obra.

El conflicto entre la ciencia y la Iglesia estalló sin quererlo Galileo. Fueron sus colegas académicos, los pedantes de Padua y los filósofos escolásticos quienes iniciaron la polémica al negarse a aceptar las observaciones de la Luna y los satélites de Júpiter. Ya en su juventud, el instinto científico de Galileo le había llevado a creer que Copérnico tenía la razón y que su hipótesis no era tan sólo un instrumento de cálculo sino que representaba la realidad.

El mismo año que publicó el Mensajero de los Astros (1610) Galileo retornó a Florencia, invitado por el Gran Duque Cósimo de Médicis. Pronto, las autoridades eclesiásticas le pidieron que aclarara sus afirmaciones y Galileo fue a Roma en 1611 para educar al Papa y la curia romana en la nueva ciencia. Sin embargo, no tuvo éxito y la Congregación del Indice declaró en 1616 que la doctrina de Copérnico era errónea, aunque podía usarse sin problemas como un artificio matemático. Galileo cometió entonces una grave error, porque utilizó argumentos teológicos, sacados de la Biblia, para defender lo que él creía la verdad científica. Además, prometió a quien quiera que lo oyera que él tenía pruebas irrefutables sobre el movimiento de la Tierra, cosa que luego no pudo demostrar.

En 1623 fue elegido Papa Urbano VIII, un viejo admirador de Galileo y un verdadero humanista y Galileo creyó que era tiempo de dar a conocer la verdad, Escribe en 1632 el Diálogo sobre los Dos Sistemas Principales del Mundo, que a través de una conversación entre los defensores de Aristóteles y Salviati, que defiende a Copérnico, no deja dudas sobre la falsedad de la imagen del mundo arsitotélica y la verdad del copernicanismo. El Papa fue convencido de que Simplicio, que en la obra defiende a Aritóteles y Ptolomeo, era una caricatura de él mismo y que el libro de Galileo era peligroso para la Iglesia y la sociedad. La Iglesia se sintió ofendida y Galileo fue llamado perentoriamente a Roma para abjurar de sus creencias, El 22 de junio de 1633 se desdijo oficialmente de su defensa del Copernicanismo y de cualquier otra doctrina diferente a la de Ptolomeo. Sin embargo, no fue ni torturado ni encarcelado como suele asegurarse. Para ese entonces Galileo era un hombre cercano a los 70 años y se retiró a su villa de Arcetri, donde antes de morir en 1642 escribió Discursos y Demostraciones Matemáticas sobre Dos Nuevas Ciencias (1638).